Estas navidades (2007), han sido muy especiales para mí, en primer lugar porque he estado ausente de los míos y en segundo lugar, porque he aterrizado en el año 2008 ya bastante entrado, el día 6 de Enero concretamente.
En una de esas noches de dicho lapso temporal tuve un sueño muy revelador y extraño a la vez. Soñé que hacía un viaje hacia dentro de mí mismo. No un viaje cualquiera, sino hacia dentro de mi mente.
Me encontraba en el dojo de karate que me acogía hace ya más de quince años. Estaba mirando uno de esos cassettes de música new age que por allí pululaban sin carcasas ni nada y que el profesor nos dejaba llevarnos a casa para escucharlos a cambio de que lo devolviéramos. Uno de ellos siempre me llamaba la atención por el título que lucía: Música para desaparecer dentro. El título se me antojaba como un viaje a las entrañas de uno mismo en búsqueda de la esencia que cada uno portamos. Por más que escuché sus melódicas canciones nunca pude dar forma a esta idea.
En mi sueño, de repente, allí en medio del tatami azul, empecé a evaporarme. Una neblina me envolvía y comprendí que era Yo mismo.
Invisible e ingrávido, era capaz de desenvolverme con naturalidad y sin esfuerzo físico. Lo lógico hubiera sido que el miedo me embargara, pero como el científico que experimenta en su laboratorio, me dejé llevar por la curiosidad (madre de todas las ciencias) y observé como me engullía a mi mismo por medio de mi propia boca. En lugar de ir al estómago, ascendía hasta el cerebro donde una luz cegadora alumbraba un apacible lugar. Era una sala sin paredes ni techo ni suelo, no había ni puertas ni muebles, solo luz.
De vez en cuando, podía percibir pensamientos del tipo mañana tengo que hacer esto o debería haber comprado aquel libro, que en estado normal me hubieran arrastrado y llevado hacia otros pensamientos.
Me di cuenta que ese era el modo de actuar de la mente: como la marea, la mente arrastra nuestra atención de idea en idea, hacia recuerdos, planes venideros, del pasado al futuro, una y otra vez de manera incesante y mecánica.
Es por eso que rara vez percibimos la realidad que nos rodea y con menor probabilidad la realidad de nuestra mente. Empecé a comprender que el estado normal de consciencia en el que acostumbramos a estar es un estado de semiinconsciencia, aletargado, muy lejos de la vigilia tal y como se entiende.
Agudizando mi atención observé esos pensamientos que de forma tan sutil nos sustraen del presente y descubrí que todos, absolutamente todos, se podían incluir en cinco categorías: deseo, ira, pereza, duda y agitación. Este era el idioma de mi mente.
De repente y con pavor, tuve la sensación de no estar solo, me di cuenta que había algo allí conmigo. Como es posible - me pregunté- que dentro de mi cabeza haya alguien más.
Era un agujero negro que devoraba todos esos pensamientos disfrazados de recuerdos y planes, de futuro y pasado. Le identifiqué con el nombre de Anhelo. Comprendí que aquel banquete constante era su modo de vida. Parecía no tener fondo, solo engullía sin parar.
Pensé que también me tragaría y de forma instintiva, lo desafié y agudicé mi atención tanto como pude. En ese mismo momento, los pensamientos cesaron y en una mueca de dolor, Anhelo, como si el hambre lo debilitara y sin hallar sustento, aspiró y aspiró como el pez fuera del agua que busca su oxígeno vital.
Para mi sorpresa, lejos de desfallecer, Anhelo empezó a regurgitar ideas para no morir de inhalación. Las sacaba de un pozo profundo de cuya entrada era el guardián y que en un principio escapó de mi atención al llegar a tan extraño lugar.
Mire en derredor y no encontré nada más, por lo que deduje que el único sitio para escapar era irónicamente aquel pozo. Así que me lancé y caí y caí. Aquello era de una magnitud impresionante, tal que el horizonte jamás encontraba un punto donde descansar.
En mi caída, observaba que Anhelo, en esa actividad frenética de engullir, iba provocando sufrimiento que se iba plasmando en las diversas partes de mi propio cuerpo. Ora en los intestinos en forma de enfermedad autoinmune ora en el corazón en forma de punzada. Así a lo largo y ancho de mis dimensiones físicas iban quedando grabados los sufrimientos produciéndome enfermedades y molestias varias. En otras palabras, se hacían sólidos.
Ya desde el fondo de aquella inmensa gruta no me quedaba más remedio que intentar comprender aquel intrincado mecanismo del malévolo autómata para poder destruirlo y librarme de aquellas cadenas de amargura. Afilé la única arma de la que disponía, mi atención, que como un rayo láser escrutó aquel lugar.
Y entonces lo comprendí. Con lágrimas en los ojos me di cuenta que el sufrimiento era el resultado de aquellos pensamientos que como piezas de un dominó van generando en su caer sucesivos cambios en el organismo.
Una parte de mí tiene una sensación que es recogida por mis sentidos (seis si incluimos las percepciones mentales -pensamientos-); otra parte percibe esa sensación, la reconoce y la juzga (es buena, es mala, me gusta, no me gusta); una tercera parte la desea si es buena o la rechaza si es negativa.
Si esta pauta se realiza varias veces se perpetua y se crea un apego, ya sea por deseo o rechazo y es esto mismo lo que provoca el sufrimiento: Si no poseo esa sensación que tanto me gustó sufro; si entra en contacto conmigo aquella que rechazo sufro también. Si el sufrimiento es demasiado grande, se plasmará en mi cuerpo como una hendidura gravada en la roca a cincel y martillo y eso desembocará tarde o temprano en una enfermedad física.
Por un lado descubrí con gran regocijo por mi parte, que todas las enfermedades eran por ende psicosomáticas y que la forma de eliminarlas era separando el deseo-aversión del objeto apegado. La medicina: ecuanimidad.
Aquello con lo que nos identificamos, ese llamado YO, Anhelo, es realmente un conjunto de sensaciones encadenadas, un mecanismo de causa-efecto.
Mi coche, mi novia, mi casa... son esas ideas con las que nos identificamos, nuestros apegos. Mi jefe, mi hipoteca, mi estrés son las ideas que rechazamos. Somos el conjunto de ellas. ¿Pero qué somos en realidad? La respuesta es, sencillamente, NADA solo estos mecanismos. Es por ello que si no existe nada debajo de esta maquinaria el sufrimiento tampoco existe. ¿Quién debería sufrir por aquello que me pasa o me deja de pasar? YO no.
¿Entonces qué es el dolor físico? ¿por qué nos provoca tanto daño?. Si nuestra mente es lo suficientemente aguda, nos daremos cuenta que solo son sensaciones a las que catalogamos de negativas. El poder de la mente hace el resto: dolor = sufrimiento.
Por otra parte descubrí con tristeza que, este YO con el que me identifico, desaparecerá el día que mi cuerpo muera. No habrá un ente que se pueda identificar con él. Técnicamente desaparecemos como individuos pues ciertamente somos seres humanos pero no personas.
Me di cuenta que en realidad lo que somos es cambio (anicca), sin identidad (anatta) y que la única forma de acabar con el sufrimiento (dukkha) es mediante el desapego, así se destruirían estas cadenas de causa y efecto que nos oprimen. La solución, nuevamente: ecuanimidad.
En ese momento me desperté sobresaltado y sudando. Después de reponerme, descubrí un ruido atronador en la calle. Al subir la persiana, impresionado observé que el resplandor de brillantes luces de colores bañaban mi cara y la habitación. Era la llegada del nuevo año. Entonces reparé en el reloj del cuarto: las 12:01. Al recordar todo lo vivido, sonreí y me dije: creo que he dormido demasiado.
METTA para todos.
En una de esas noches de dicho lapso temporal tuve un sueño muy revelador y extraño a la vez. Soñé que hacía un viaje hacia dentro de mí mismo. No un viaje cualquiera, sino hacia dentro de mi mente.
Me encontraba en el dojo de karate que me acogía hace ya más de quince años. Estaba mirando uno de esos cassettes de música new age que por allí pululaban sin carcasas ni nada y que el profesor nos dejaba llevarnos a casa para escucharlos a cambio de que lo devolviéramos. Uno de ellos siempre me llamaba la atención por el título que lucía: Música para desaparecer dentro. El título se me antojaba como un viaje a las entrañas de uno mismo en búsqueda de la esencia que cada uno portamos. Por más que escuché sus melódicas canciones nunca pude dar forma a esta idea.
En mi sueño, de repente, allí en medio del tatami azul, empecé a evaporarme. Una neblina me envolvía y comprendí que era Yo mismo.
Invisible e ingrávido, era capaz de desenvolverme con naturalidad y sin esfuerzo físico. Lo lógico hubiera sido que el miedo me embargara, pero como el científico que experimenta en su laboratorio, me dejé llevar por la curiosidad (madre de todas las ciencias) y observé como me engullía a mi mismo por medio de mi propia boca. En lugar de ir al estómago, ascendía hasta el cerebro donde una luz cegadora alumbraba un apacible lugar. Era una sala sin paredes ni techo ni suelo, no había ni puertas ni muebles, solo luz.
De vez en cuando, podía percibir pensamientos del tipo mañana tengo que hacer esto o debería haber comprado aquel libro, que en estado normal me hubieran arrastrado y llevado hacia otros pensamientos.
Me di cuenta que ese era el modo de actuar de la mente: como la marea, la mente arrastra nuestra atención de idea en idea, hacia recuerdos, planes venideros, del pasado al futuro, una y otra vez de manera incesante y mecánica.
Es por eso que rara vez percibimos la realidad que nos rodea y con menor probabilidad la realidad de nuestra mente. Empecé a comprender que el estado normal de consciencia en el que acostumbramos a estar es un estado de semiinconsciencia, aletargado, muy lejos de la vigilia tal y como se entiende.
Agudizando mi atención observé esos pensamientos que de forma tan sutil nos sustraen del presente y descubrí que todos, absolutamente todos, se podían incluir en cinco categorías: deseo, ira, pereza, duda y agitación. Este era el idioma de mi mente.
De repente y con pavor, tuve la sensación de no estar solo, me di cuenta que había algo allí conmigo. Como es posible - me pregunté- que dentro de mi cabeza haya alguien más.
Era un agujero negro que devoraba todos esos pensamientos disfrazados de recuerdos y planes, de futuro y pasado. Le identifiqué con el nombre de Anhelo. Comprendí que aquel banquete constante era su modo de vida. Parecía no tener fondo, solo engullía sin parar.
Pensé que también me tragaría y de forma instintiva, lo desafié y agudicé mi atención tanto como pude. En ese mismo momento, los pensamientos cesaron y en una mueca de dolor, Anhelo, como si el hambre lo debilitara y sin hallar sustento, aspiró y aspiró como el pez fuera del agua que busca su oxígeno vital.
Para mi sorpresa, lejos de desfallecer, Anhelo empezó a regurgitar ideas para no morir de inhalación. Las sacaba de un pozo profundo de cuya entrada era el guardián y que en un principio escapó de mi atención al llegar a tan extraño lugar.
Mire en derredor y no encontré nada más, por lo que deduje que el único sitio para escapar era irónicamente aquel pozo. Así que me lancé y caí y caí. Aquello era de una magnitud impresionante, tal que el horizonte jamás encontraba un punto donde descansar.
En mi caída, observaba que Anhelo, en esa actividad frenética de engullir, iba provocando sufrimiento que se iba plasmando en las diversas partes de mi propio cuerpo. Ora en los intestinos en forma de enfermedad autoinmune ora en el corazón en forma de punzada. Así a lo largo y ancho de mis dimensiones físicas iban quedando grabados los sufrimientos produciéndome enfermedades y molestias varias. En otras palabras, se hacían sólidos.
Ya desde el fondo de aquella inmensa gruta no me quedaba más remedio que intentar comprender aquel intrincado mecanismo del malévolo autómata para poder destruirlo y librarme de aquellas cadenas de amargura. Afilé la única arma de la que disponía, mi atención, que como un rayo láser escrutó aquel lugar.
Y entonces lo comprendí. Con lágrimas en los ojos me di cuenta que el sufrimiento era el resultado de aquellos pensamientos que como piezas de un dominó van generando en su caer sucesivos cambios en el organismo.
Una parte de mí tiene una sensación que es recogida por mis sentidos (seis si incluimos las percepciones mentales -pensamientos-); otra parte percibe esa sensación, la reconoce y la juzga (es buena, es mala, me gusta, no me gusta); una tercera parte la desea si es buena o la rechaza si es negativa.
Si esta pauta se realiza varias veces se perpetua y se crea un apego, ya sea por deseo o rechazo y es esto mismo lo que provoca el sufrimiento: Si no poseo esa sensación que tanto me gustó sufro; si entra en contacto conmigo aquella que rechazo sufro también. Si el sufrimiento es demasiado grande, se plasmará en mi cuerpo como una hendidura gravada en la roca a cincel y martillo y eso desembocará tarde o temprano en una enfermedad física.
Por un lado descubrí con gran regocijo por mi parte, que todas las enfermedades eran por ende psicosomáticas y que la forma de eliminarlas era separando el deseo-aversión del objeto apegado. La medicina: ecuanimidad.
Aquello con lo que nos identificamos, ese llamado YO, Anhelo, es realmente un conjunto de sensaciones encadenadas, un mecanismo de causa-efecto.
Mi coche, mi novia, mi casa... son esas ideas con las que nos identificamos, nuestros apegos. Mi jefe, mi hipoteca, mi estrés son las ideas que rechazamos. Somos el conjunto de ellas. ¿Pero qué somos en realidad? La respuesta es, sencillamente, NADA solo estos mecanismos. Es por ello que si no existe nada debajo de esta maquinaria el sufrimiento tampoco existe. ¿Quién debería sufrir por aquello que me pasa o me deja de pasar? YO no.
¿Entonces qué es el dolor físico? ¿por qué nos provoca tanto daño?. Si nuestra mente es lo suficientemente aguda, nos daremos cuenta que solo son sensaciones a las que catalogamos de negativas. El poder de la mente hace el resto: dolor = sufrimiento.
Por otra parte descubrí con tristeza que, este YO con el que me identifico, desaparecerá el día que mi cuerpo muera. No habrá un ente que se pueda identificar con él. Técnicamente desaparecemos como individuos pues ciertamente somos seres humanos pero no personas.
Me di cuenta que en realidad lo que somos es cambio (anicca), sin identidad (anatta) y que la única forma de acabar con el sufrimiento (dukkha) es mediante el desapego, así se destruirían estas cadenas de causa y efecto que nos oprimen. La solución, nuevamente: ecuanimidad.
En ese momento me desperté sobresaltado y sudando. Después de reponerme, descubrí un ruido atronador en la calle. Al subir la persiana, impresionado observé que el resplandor de brillantes luces de colores bañaban mi cara y la habitación. Era la llegada del nuevo año. Entonces reparé en el reloj del cuarto: las 12:01. Al recordar todo lo vivido, sonreí y me dije: creo que he dormido demasiado.
METTA para todos.
5 comentarios:
Has estado en el curso de vipassana de 10 días, verdad? Gran experiencia, gran experiencia! Me alegro de haberte encontrado. Nos leemos!
PARA ARANZAZU: LA SENDA ES OSCURA PERO CUANDO MENOS TE LO IMAGINAS ENCUENTRAS UNA LUZ. BIENVENIDA A MI BLOG. GRACIAS POR ESCRIBIR
Tienes que dejarme el número de móvil de tu suministrador de MDA, parece buena... :-P
Deberias ver la última pelicula de Sean Penn, "Hacia rutas salvajes". Yo no la he visto todavia, aunque quizas me compre el libro mejor.
La verdad no sé que decir, tengo que leer esta entrada más de una vez. Me resulta reciente el tema y me siento cada vez más intrigada. Gracias por compartir.
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