2010-11-21

HISTORIAS DE ARANT: EL JOVEN GOVINDA

Entre montañas gemelas, descendía un caudaloso río que irrigaba y protegía la existencia de un apacible bosque. En un claro de aquel, cerca de una cascada que se derramaba con gran generosidad, paraba cada tanto un hombre de esos que han renunciado a las comodidades del hogar. 

De él se sabía poco, solo que moraba por aquellos lares desde hacía ya 15 años o más, quien sabe. Personaje esquivo y uraño, de silencioso y pensativo caminar;  se cubría con harapos de vagabundo y respondía al nombre de Arant. Sus pertenencias cabían en un zurrón y en eso y otras cosas no se diferenciaba en nada al resto de mendigos y harapientos que pululaban por cualquier ciudad.

En él las miradas de los adinerados no reparaban, ni tampoco sus favores eran requeridos, pasaba desapercibido con tal sigilo que daba la sensación que se trataba de una sombra. Solo aquellos que sabían reconocer el abismo insondable en su mirada anhelaban encontrarlo para aprender de ella. 
 
Era pués, poco nombrado Arant y a veces hasta él se sorprendía de tener nombre. No es que se sintiera identificado con él, en absoluto, pero cada ser debe responder a uno.

Tenía por compañero circunstancial a un muchacho que de manera un tanto extraña había recibido como pago de una deuda cuando solo era un mocoso de 5 años. El destino a veces se divierte con reglas un tanto turbias. No supo qué hacer con él al principio y como el chico no tenía parientes, decidió cuidarlo él mismo Arant de la manera que sabía, observando el Silencio.

Govinda, como se llamaba el chico, era alto y delgado como un tallo del cáñamo de un río. Su pelo castaño revoloteaba por encima de unos ojos del mismo color que denotaban un pensamiento rápido y lúcido. Se entregaba con  pasión a la práctica que su protector le ensañaba. El Sendero estaba abierto para el joven.

En cierta ocasión, se encontraba en actitud contemplativa cerca de Arant. Abrió los ojos, respiró profundamente y se dirijió su maestro. >> Maestro, en verdad, el sufrimiento no existe, ¿es así? 
>> Así es Govinda. Le contestó.
>> En cambio siento dolores en mis piernas cada vez que me siento por periodos largos en actitud contemplativa, por lo que el dolor sí existe.
>> Tampoco existe el dolor, Govinda.
El joven aprendiz entornó los ojos y mirando de frente al viejo suspiró. >> No lo entiendo, maestro, cuando empecé a observar el Silencio, me dijiste que existía el sufrimiento y  el dolor. Hoy me he dado cuenta que el sufrimiento no existe, y así lo afirmas, pero no haces los mismo con el dolor. ¿Por qué cambias tanto de opinión?
Arant, sonrió al chico. >> No cambio de opinión, solo la adapto a tus descubrimientos.
>> Todo esto es un enigma para mí -se quejaba el joven-.
El viejo se encorvó y miraba aquella luz tan maravillosa que el joven Govinda desprendía a los ojos de un buen observador.
>> Bien, te lo voy a explicar. La gente de vida mundana se pasa la mitad de la vida persiguiendo deseos y la otra mitad huyendo de dolores y sufrimientos que son la consecuencia directa de la búsqueda incesante de placeres. Por eso yo digo que están ciegos, pues no saben que lo uno y lo otro son meras ilusiones pasajeras. Ellos creen que dolor y sufrimiento es lo mismo y tú, joven Govinda, ya sabes que no es así. 
El dolor es una sensación física y el sufrimiento es su interpretación. Como ves, son cosas distintas. Si dejaran de interpretar las sensaciones, no se apegarían a ellas y sí así actuaran, el condicionamiento de responder con sufrimiento desaparecería como lo hacen las nubes cuando sopla el viento del Oeste. Esa sería la oportunidad de darse cuenta que solo es una ilusión.

Govinda, saltó como un resorte. >> Pero el dolor es distinto porque se puede observar de manera directa, yo lo hago, por lo tanto el dolor es una sensación.
>>No exactamente. Si observas atentamente el dolor de tus piernas, sin catalogarlo como dolor, sino como algo que se manifiesta, te revelará su auténtica naturaleza. Puede ser vibración, movimiento o calor... es a eso precisamente a lo que llamas dolor, pero si te fijas bien es solo una interpretación y es por eso que te digo que tampoco existe. 

El joven suspiró haciendo que su poblado flequillo se elevase para luego caer en el mismo sitio, y cerrando los ojos, tras una pausa reflexionó. >> Entonces, yo también debo estar ciego...
>> Así es por ahora, Govinda. 
>> Me doy cuenta que no se nada.(#)
>> Eso ya lo dijo otro -sonreía el maestro divertido-

En la rivera del río, al pie de la cascada, el fragor del agua al arrojarse desde lo alto de la montaña sonaba como el eco que trae voces y lamentos ya pronunciados. Entonces la noche empezó a caer.

(#) Solo sé que no se nada. Sócrates

1 comentario:

Javier dijo...

Mmmmmmmeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee guuuusssssstaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Felicidades