2010-11-22

HISTORIAS DE ARANT: LA VACUIDAD OTOÑAL


Entre la espesura de lo vegetal se sentaba Govinda en aquel bosque de Abunda. Sus formados hombros y brazos eran acariciados por tallos y flores amarillas, rojas y violetas que se atrevían a salir de la misma tierra que les vió brotar. El zumbido de moscas y abejas componían melodías propias de parajes silvestres mientras el viento susurraba la fresca canción de la mañana.

Por aquellos días apacibles del Otoño, Govinda permanecía en posición sedente entre las raíces salientes de un musculoso árbol milenario. De tal manera había vaciado su mente que daba la impresión de ser él mismo parte del árbol que lo albergaba. Ni el viento, ni los insectos eran capaz de sacarle de su singular viaje al centro de sí mismo. En aquel insondable lugar era brisa, era insecto, era bosque...

Como la mariposa que abandona la crisálida, el estudiante de lo Absoluto había trascendido su propia personalidad. Solo era la acción de observar y desde allí veía como las costumbres de su persona se sucedían sin perturbarlo. Se desencadenaban como si fueran mecanismos puestos en marcha hacía infinidad de tiempo. Nadie los dominaba, como barco a la deriva.

Ahora era consciente de su locura, de sus apegos pueriles, de su naturaleza dual y cambiante. Govinda en ese estado era Nada y era Todo.
Al salir de su trance, su conciencia fue contenida de nuevo en esa personalidad forjada por sus propios condicionamientos, como si algún hada del bosque depositase a un bebe sobre almohadones.

Por este tipo de hechos, sin saberlo, Govinda era admirado por miriadas de dioses y diosas que lo acompañaban cuando meditaba. 

Poder escuchar la melodía del silencio, apreciar el paso del no tiempo, estar en ninguna parte, he ahí el sublime arte de un verdadero maestro. 

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